La historia de la vida en el Perú posee en las entrañas de su territorio
el testimonio inequívoco de un tiempo del que ya no existe memoria. A
pesar de los millones de años que nos separan de esta remota era, la
acción de la naturaleza ha permitido, que en determinadas condiciones
lleguen hasta nuestros días evidencias de flora y fauna pretérita
conservada en forma de fósiles. Por este último término entendemos el
fenómeno natural de substitución de moléculas propias de tejidos
orgánicos “duros” (pe. huesos, caparazones, dientes, conchas, maderas,
etc.) por materias minerales, transformándolos así en virtuales rocas.
A lo largo de sus recorridos por la geografía nacional, Raimondi
reconoció múltiples e interesantes yacimientos de fósiles, los que
describió y recolectó con sumo interés. Su colección en este campo es
representativa de las diversas regiones del Perú, incluyendo áreas muy
remotas como Luya en Amazonas; Cajabamba, Pomabamba y Huallanca en
Ancash; Condebamba, Tembladera y Yanacancha en Cajamarca; Angaraes y
Yauli en Huancavelica; Huari en Junín; Pataz en La Libertad o Morococha
en Lima, sólo para mencionar algunos ejemplos.
La mayoría de muestras corresponden a moluscos univalvos, bivalvos y
gasterópodos (caracoles). Estos fósiles tienen la ventaja de ser
fácilmente reconocibles por su abundancia, caracterizarse por su buena
conservación, ser de un tamaño cómodo para su colección así como gozar
de una amplia dispersión geográfica. Asimismo muchas variedades, debido a
su corta vida como especie, aparecen asociadas a un sólo estrato
geológico, lo que las vuelve típicas de un período de tiempo en
particular. Estos rasgos hacen de estos fósiles excelentes indicadores
bioclimáticos y cronológicos, siendo muy útiles para estudios geológicos
y paleontológicos debido a que brindan información tanto del proceso de
formación de suelos como de la evolución de las especies.
El aporte paleontológico más importante de Raimondi esta relacionado
directamente a sus observaciones precisas sobre el medio ambiente
primigenio y la vigencia de las especies representadas en los fósiles.
En su viaje de 1863 por las quebradas del litoral sur, en el desierto de
Sacaco, provincia de Acarí, registra el hallazgo de múltiples fósiles
de origen marino, entre los que identifica a varios cetáceos (ballenas).
Una atenta mirada a las antiguas formaciones geológicas a la que
estaban integrados estos restos, su consistente asociación a fósiles de
moluscos desconocidos en su tiempo así como su competencia acerca de la
biología propia de las ballenas modernas, le llevaron a concluir que
estos restos correspondían a fauna extinta, descartando de plano la idea
difundida entre los pobladores locales que ellos eran huesos de
mamíferos y moluscos modernos.
Su especial interés en esta ciencia queda de manifiesto en la
cooperación que mantuvo con el reconocido paleontólogo norteamericano
William Gabb, quien en 1877 publicó un estudio sobre una colección de
fósiles que el sabio italiano le envió desde nuestro país. En 1911
Carlos Lisson, con el auspicio del Estado y de la Sociedad Geográfica de
Lima, editó el Tomo VI de la serie “El Perú” titulado “Paleontología
Peruana” y que presenta los resultados del análisis científico de parte
de la colección de fósiles de Raimondi. Su obra y legado en este campo
lo han llevado a ser considerado como el padre de la paleontología en
nuestro país.
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