El siglo XIX fue un período decisivo en el cambio y
consolidación de un nuevo sistema político para la mayor parte de naciones
de Europa. Debido a las corrientes liberales, el ambiente político del
continente estuvo permanentemente agitado por fuertes movimientos
republicanos. La represión en la que se basó el tradicional absolutismo del
régimen monárquico generó revueltas populares en Austria, Alemania e Italia.
Con el fin de las guerras napoleónicas, el Congreso de Viena de 1815
resolvió, entre otros temas, dividir el territorio italiano en nueve
pequeños estados, la mayoría bajo el control parcial o directo del imperio
austriaco, a saber: Cerdeña, Lombardía - Venecia; Parma – Placencia; Modena
- Reggio; Toscana, Luque, el estado de la iglesia del Papa Pío VII; las dos
Sicilias y San Marino.
A lo largo de las décadas de 1820 y 1830, el fervor patriótico italiano
desencadenó sucesivas revueltas, las que fueron frenadas por duras políticas
de represión armada. El hastío frente a la opresión extranjera y el sistema
impuesto por Metternich se vio avivado por las ideas independentistas del
periódico Il Risorgimiento. Entre los intelectuales que respaldaban este
medio escrito no existía un acuerdo sobre el tipo de gobierno más
conveniente para Italia (monarquía o república), sin embargo el ideal que
animaba su causa fue el de la unificación territorial bajo un único estado
libre.
Uno de los acontecimientos más significativos del proceso
independentista italiano ocurrió en Milán, entre los días 18 al 22 de marzo
de 1848, gesta patriótica que ha pasado a la historia como ”las cinco
jornadas de Milán”. Ciudadanos de todas condiciones sociales, unidos por el
ideal libertario, lograron expulsar de su ciudad a las tropas de ocupación
austriacas comandadas por el Mariscal Radetzky. Entre la muchedumbre
patriota, Antonio Raimondi se sumó a la larga lista de milicianos que
lucharon heroicamente en estos sangrientos eventos. Lamentablemente la
victoria no duró mucho. Desacuerdos políticos internos imposibilitaron
consolidar lo logrado por las huestes patriotas lideradas por Mazzini y
Garibaldi. Ello fue aprovechado por los austriacos, quienes recompuestos de
sus derrotas, volvieron a ocupar Milán a mediados de ese mismo año.
Sin perder el aliento ante este revés, Raimondi participó junto a
voluntarios de toda la península en la lucha por la defensa de la República
Romana constituida a inicios de 1849, luego del retiro del Papa Pío IX de
Roma. Esta vez tropas francesas se encargaron de poner fin a esta intentona
republicana defendida ardorosamente en el campo de batalla por Garibaldi.
Este hecho debió haber llenado de hondo pesar a Raimondi, quien al
vislumbrar distante la meta de la causa independiente y perseguido por sus
ideales en su propia patria, decidió emprender el viaje pospuesto al Perú. A
inicios de 1850 parte desde Génova a bordo del bergantín La Industria
acompañado, entre otros, de su inseparable amigo Alejandro Arrigoni. Nunca
más volvió a su Italia natal.
La partida de Raimondi coincide con el surgimiento de la figura política del
Conde de Cavour, Ministro de Víctor Manuel II de Cerdeña desde 1850. Cavour
promovió la alianza con Francia, aceptando las condiciones impuestas por
Napoleón III a cambio de asistencia militar. A mediados de 1858 los aliados
vencen a Austria en Magen y Solferino, recuperando Lombardía tras la firma
del Armisticio de Zurich. En 1860 ocurre la revuelta contra los Borbones en
Nápoles, la misma que fue respaldada por el republicano Garibaldi y su
ejército de “camisas rojas”. Temiendo que Nápoles pueda mantenerse
independiente y valiéndose de su alianza con Francia, Cavour ordena a su
ejército atravesar los territorios papales y ocupa Nápoles. Garibaldi cede
lo ganado a Víctor Manuel II.
Sucesivos plebiscitos confirmarían la unión del Piamonte con Umbría y Nápoles, proclamando a Víctor Manuel como rey de Italia. En 1866 se desató la guerra austro-prusiana en la que Italia fue aliada de Bismarck. A pesar de las derrotas de Custozza y Lizza, recupera Venecia gracias a la mediación de Napoleón III. Durante esta guerra, Francia se vio obligada a desplazar sus tropas de Roma hacia el frente de batalla. Libre de la ocupación gala, Víctor Manuel II entra en la ciudad y el Papa se retira al Vaticano. El 20 de septiembre de 1870 se proclama a Roma la capital del Reino de Italia, cumpliéndose así el añorado sueño de unidad e independencia.
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