Raimondi y el arte son uno sólo. Porque el espíritu del artista no sólo requiere de sensibilidad, sino de perseverancia, aquella que ante la adversidad le permite seguir fiel a lo que siente, al estimulo inexplicable que lo inspira. En su caso, el arte demostrado en el trazo que dibuja sus plantas, los retratos de los indígenas o las líneas que dan forma a sus cordilleras, adquieren real dimensión cuando consideramos que ellas son testimonio fehaciente de una misión auto impuesta: dar a conocer al mundo las riquezas naturales del Perú.
La estética de Raimondi es la estética de la naturaleza; jamás pretendió
apartarse de la composición original de la materia. Como naturalista, el
valor de los dibujos y las acuarelas en las que ilustraba animales, plantas
o paisajes era mayor mientras más fiel se representara a los originales. El
caso de sus acuarelas botánicas es donde esta tendencia se manifiesta de
manera patente. Su valor documental queda resaltado al ilustrar una única
planta sobre el soporte de papel. Se omite intencionalmente cualquier
atributo de fondo, escénico o periférico, complementario a la ilustración
central, como bien pudo haber sido el entorno natural.
El propósito científico de la obra gráfica es resaltado con dibujos de
cortes de distintas partes de la biología vegetal, a saber: flores, semillas
o frutos. En este contexto resultan fáciles de entender anotaciones a lápiz
que reseñan información adicional, como el nombre científico de la especie y
su proveniencia, considerando en este último caso referencias a cuencas de
ríos, ciudades, poblados e incluso haciendas. Esta racionalidad documental
parece contradictoria e incluso incompatible con la personalidad sensible
del artista, sin embargo ambas facetas se amalgamaron en él.
Raimondi pertenece a la estirpe de personalidades que con su talento han
tendido un puente entre arte y ciencia, descartando así aquel difundido
prejuicio que disocia el rigor científico de la sensibilidad artística. Este
mismo espíritu acompaña las obras de los acuarelistas franceses Dumontel,
Garnier y el peruano Velarde, quienes asumieron la labor de ilustración de
sus colecciones.
El contexto descrito nos hace comprender que la extrema minuciosidad
pictórica del sabio milanés es a la vez característica y requisito
indispensable de la estética de un naturalista. Sin embargo, entre las de su
tipo, las acuarelas de Raimondi alcanzan una perfección que trasciende lo
natural, abriendo a los sentidos un camino de nuevas percepciones en la
misteriosa dimensión donde la vida se anima a sí misma.
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